La fábula del angelito

Huyendo despavorido de la escena de un crimen que no cometí, me senté y me puse a escribir. Es de esos caminos que no importa a dónde van, quizás voy a dejar que mis pasos... o mejor dicho, mis palabras, me lleven.

viernes, 31 de agosto de 2018

Tristeza disfrazada de enojo

Aunque parezca enojo, no lo es: el ceño se frunce y los puños se cierran como forma de defensa, en un mecanismo muy personal para generar distancia con el resto de los mortales. Pareciendo enojados nadie se anima a contradecirnos, a provocarnos más daño del que ya sentimos. 
El dolor, el verdadero dolor, se puede ver reflejado en lo que parece ser la secuela de una tormenta al costado de un camino sin destino, pero sin retorno. Está allí, esperando ser curado, consolado y en cualquier lugar encuentra enemigos, rivales, adversarios (aunque no los haya), y, por supuesto, nadie tiene la culpa de ello. 
Cuando duele el alma, no hay remedio posible, ni cura, ni caricia que consuele y, difícilmente, palabra que calme. Sin embargo, hay quienes tienen esperanzas y eso es algo imposible de juzgar. 
En definitiva, ¿quién tendría la culpa del dolor ajeno sin haberlo provocado?

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