El día después
Con la muerte llega el vacío,
un vacío al que nadie quiere saltar. De su mano llega el sufrimiento más
profundo que se pueda vivir. Con la muerte corren a uno los recuerdos, las
risas, los aplausos, las miradas, las palabras… con la muerte se acaba el mundo
mientras empieza otro muy diferente.
El frío de su cuerpo había
llegado, el calor se había ido para siempre. La noche pasó tras la caída, tras
el dolor más intenso… de alguna manera las lágrimas se secaron en la almohada.
El día siguiente amaneció en el horizonte.
El día después, la piel siente
más intenso el frío, la memoria no deja de revivir escenas y se grita fuerte
esperando que el silencio del otro lado, escuche. El día después cuesta abrir
los ojos, levantar el cuerpo de la cama… comer se vuelve un acto reflejo, un
mero trámite para conservar la vida. El día después no hay más alternativa que
pasarlo, esperando el día siguiente y el siguiente y el que sigue, siempre con
la esperanza de que quien se fue, cruce repentinamente la puerta, te abrace y
te diga que fue todo un mal sueño. El día después no hay abrazo que consuele,
no hay palabra que sane el corazón ni que te haga sentir que lo peor ya pasó.
Con la muerte se terminan
cientos de sueños, de cervezas por tomar, de cafés por compartir, de fiestas
que festejar, de viajes que viajar y de olas para cortar en el mar. Con la
muerte se va también una parte de lo que somos o tal vez, nos transformemos en
otras personas, personas que deben aprender a vivir sin ese que falta, que
deben mirar que en la mesa sobra un lugar y falta una palabra a tiempo que
nadie más sabrá decir.
octubre de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario