La fábula del angelito

Huyendo despavorido de la escena de un crimen que no cometí, me senté y me puse a escribir. Es de esos caminos que no importa a dónde van, quizás voy a dejar que mis pasos... o mejor dicho, mis palabras, me lleven.

lunes, 31 de octubre de 2016

El día después

Con la muerte llega el vacío, un vacío al que nadie quiere saltar. De su mano llega el sufrimiento más profundo que se pueda vivir. Con la muerte corren a uno los recuerdos, las risas, los aplausos, las miradas, las palabras… con la muerte se acaba el mundo mientras empieza otro muy diferente.

El frío de su cuerpo había llegado, el calor se había ido para siempre. La noche pasó tras la caída, tras el dolor más intenso… de alguna manera las lágrimas se secaron en la almohada. El día siguiente amaneció en el horizonte.  

El día después, la piel siente más intenso el frío, la memoria no deja de revivir escenas y se grita fuerte esperando que el silencio del otro lado, escuche. El día después cuesta abrir los ojos, levantar el cuerpo de la cama… comer se vuelve un acto reflejo, un mero trámite para conservar la vida. El día después no hay más alternativa que pasarlo, esperando el día siguiente y el siguiente y el que sigue, siempre con la esperanza de que quien se fue, cruce repentinamente la puerta, te abrace y te diga que fue todo un mal sueño. El día después no hay abrazo que consuele, no hay palabra que sane el corazón ni que te haga sentir que lo peor ya pasó.

Con la muerte se terminan cientos de sueños, de cervezas por tomar, de cafés por compartir, de fiestas que festejar, de viajes que viajar y de olas para cortar en el mar. Con la muerte se va también una parte de lo que somos o tal vez, nos transformemos en otras personas, personas que deben aprender a vivir sin ese que falta, que deben mirar que en la mesa sobra un lugar y falta una palabra a tiempo que nadie más sabrá decir.

octubre de 2016



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