La fábula del angelito

Huyendo despavorido de la escena de un crimen que no cometí, me senté y me puse a escribir. Es de esos caminos que no importa a dónde van, quizás voy a dejar que mis pasos... o mejor dicho, mis palabras, me lleven.

viernes, 2 de marzo de 2012

De tizas a fibrones


Hace un par de días vi a la seño Diana que sigue tan joven como entonces, pero “entonces” quiere decir nada menos que “20 años atrás”. Como si el tiempo hubiera quedado congelado en aquel final de verano y comienzo del otoño de 1992, esta semana la seño me vio y sonrió con la misma frescura que la primera vez que pisé su lugar en la escuela, ese que los alumnos llaman primero “salita”, después “grado” y finalmente “curso”, pero en realidad siempre se refieren al aula, el espacio en que un docente transmite lo mejor que tiene: su conocimiento.

Yo tenía seis años y la seño Diana fue durante todo ese “ciclo lectivo del ‘92” como una segunda mamá, que se había ganado mi respeto y mi afecto, y que si hoy escribo estas líneas es porque ella en aquel tiempo me enseñó el abecedario.

No tengo tan buena memoria como para acceder a recuerdos que pronto cumplirán 20 años, pero hay algo que me viene hasta el presente y es la sensación de que la seño Diana trabajaba con amor y nunca me hizo notar que “lo hacía por un sueldo”. Seguramente, y además de las circunstancias, cambiaron muchas cosas: de tizas a fibrones y de pizarrones a pizarra blanca; de cuaderno a teclado de computadora; de la mancha a juegos on line; de “¡cómo es eso que te retó la seño!” a “¡cómo es eso que usted retó a mi hijo!”; de libro de disciplina a “daño psicológico y juicio a la maestra”.

Lamentablemente hay algo que no cambió, y es el hecho de que una de las profesiones que requiere mayor vocación y compromiso; que trata nada menos que con niños y jóvenes; que no marca tarjeta porque el amor no conoce de tiempos; que implica actualización y estudio constante; y fundamentalmente que forma a los líderes del mañana, lo que la ubica entre las tareas más necesarias de la sociedad toda, sigue siendo igual de minimizada por las paritarias, igual de corrompida (en muchos casos) por el sindicalismo y la política, y muchísimo menos respetada por los alumnos, lo cual es lógico porque si las autoridades no le dan dignidad, ¿cómo se la va a dar un niño de seis años?

Mi seño Diana tiene, igual que yo, 20 años más y si bien ya no está en un aula, sigue trabajando en “otro sector” de la docencia con el mismo amor y profesionalismo que en aquel ya lejano 1992.
Hay cosas en la vida que no tienen precio, y el saber es una de ellas… pero hay gente que le pone el precio del peor postor, y están los que pretenden que “las seños Diana de hoy” practicamente regalen su trabajo.

Solo pido que llegue el día en que los dejen multiplicar a quienes enseñan a sumar, y no les resten para dividirlos.

Gracias seño Diana, por el afecto y por este abecedario, gracias porque a pesar de todo sigue sonriendo y les enseña a sonreír a las seños Diana del mañana.

Se dice que el saber no ocupa lugar, pero es mentira, el saber ocupa el lugar de la ignorancia.

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