Me quedé esperando que el porvenir me llevara a otro lugar.
Un lugar sin ruido, sin gritos y sobre todo, sin nostalgia ni recuerdos. Pero
si pasó algún tren, no lo tomé porque pasó demasiado rápido… o quizás
simplemente, nunca pasó. Juro que no tuve miedo, no como otras veces al menos,
juro que no me subí porque las circunstancias no se dieron. Y allí me vi,
incorporado al viento que ya ni siquiera me despeina.
No hay tristeza, no eso no. No
hay lágrimas, me juré que nunca más. No hay adiós, no hay por qué. No hay dedos
entrelazados, solo manos que sirven para sacudirlas en un hola… y en un hasta
luego.
De mil amores está hecha la
vida aunque no se vean, aunque no te besen, aunque no tomen prestadas las horas
y te inviten a vivir su historia un ratito. De mil poemas se llena el silencio
de la habitación de quien quiso ser un poeta y no lo fue por no haberse animado
a vivir sus poesías. De mil pasos se hace el camino que se mueve bajo los pies
de un caminante que no camina, que cree que lo hace y con los ojos cerrados no
llega jamás a ninguna parte.
De mil amores que no se
vivieron se alzan los sueños y después de soñarlos se borran de la memoria… al
otro día. Pero más profundo de lo que se cree quedan guardados, muy hondo,
invisibles, allí están, tristes, olvidados, pero de alguna manera presentes.
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